miércoles, 28 de diciembre de 2011

Citera. 2011. (detalle)

Acuarelas 2011.

Bajo las aguas. acuarela 50 x 65 cm. 2011.



Octavius. acuarela, 40 x 30 cm. 2011.



Sophie. acuarela, 40 x 30 cm. 2011.




Celebracion. acuarela 50 x 65 cm. 2011.



Pastoral. acuarela 40 x 30 cm. 2011.



El taller negro. acuarela, 40 x 30 cm. 2011.




Soldado. acuarela 65 x 50 cm. 2011.

Oleos del 2011.

Citera. óleo sobre tela 180 x 148 cm. 2011.



El levantamiento de la ciudad negra. óleo sobre tela 148 x 180 cm. 2011




Las tentaciones de San Antonio. óleo sobre tela 148 x 300 cm. 2011.




Parvada negra. óleo sobre tela 148 x 180 cm . 2011.




Giverny. óleo sobre tela 100 x 120 cm. 2011.


La creacion de monstruos. óleo sobre tela 100 x 100 cm. 2011.



In ictu oculi. óleo sobre tela 100 x 100 cm. 2011.



Horda. óleo sobre tela 90 x 180 cm. 2011.





La disputa de la lanza. óleo sobre tela 180 x 148 cm. 2011.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Exposicion en la Galería Enlace, arte contemporaneo. Diciembre de 2011




DESVÍOS DE LA NATURALEZA (o Tratado del origen de los monstruos)

Este título, tomado de un libro impreso en Lima en 1695[1], resulta oportuno para aproximarnos a la obra reciente de José Luis Carranza, no sólo porque parafrasea el nombre de una de sus pinturas –La creación de monstruos– sino porque su “tono” evoca de inmediato un tiempo de temores medievales en el que cualquier anomalía biológica se interpretaba como una perversión en la aparente armonía de la Creación o como un signo del fin de los tiempos. Tal como pudo interpretarse el nacimiento de aquel niño “fenómeno” provisto de cuatro brazos, dos cabezas y dos corazones que suscitó en la Lima de fines del XVII una discusión teológica acerca de si este tenía una o dos almas, suceso especialmente atendido en ese viejo volumen e ilustrado por un célebre grabado en metal que perpetuó su aspecto.

Este “tono” apocalíptico, de “revelación”, es el que prima en los trabajos del pintor aunque con mayor severidad en los óleos pues debemos empezar señalando que la muestra consta también de acuarelas, es decir, de dos conjuntos de obras cuyos discursos, partiendo de una intuición semejante, tienen un alcance determinado por su naturaleza técnica: los óleos, de medianos y grandes formatos, contienen alegorías herméticas cuya detallada descripción no nos conduciría necesariamente a una interpretación segura pues la erudición requerida para identificar citas y motivos se ve complicada por el abigarramiento de las criaturas vivas allí plasmadas que dificulta aislarlas virtualmente de esa amalgama palpitante, de aquel fresco cuya narrativa resulta tan aleatoria como la de los sueños. En más de uno de estos óleos el ser humano tortura al animal –Citera, La creación de monstruos–; en otro son los animales quienes atemorizan al hombre –Parvada negra–; en otros dos este ya no existe y la pugna se produce únicamente entre aves y cuadrúpedos prehistóricos –Las tentaciones de San Antonio y Horda–. (A pesar de su “superioridad” racional, estos humanos que en la pintura de Carranza son emblemas de la especie, están destinados a perecer en manos –garras y colmillos– de la propia Naturaleza).

En las acuarelas, por el contrario, aparece en soledad, apenas acompañado por un animal que podría leerse como su atributo personal o heráldico, el sujeto que caracteriza a Carranza, ese joven “Ilustrado” cuya indumentaria, así como sus instrumentos y utilería además de indicar su origen erudito y libresco nos conduce a un tiempo decimonónico en que el aparenta estar anclado, sumido en un exilio que lo va envileciendo hasta la misantropía. Resulta difícil no asociarlos con los naturalistas, aquellos entomólogos, paleontólogos, taxidermistas y astrónomos que, mitad científicos y mitad artistas, indagaban sobre las “cosas” de la creación por medio de instrumentos. El naturalista, trabajando en soledad, se abismaba en los secretos de la mecánica de un mundo que empezaba a entrar en crisis. Pero su obsesión por el conocimiento, por asomar las narices en los intersticios de la vida, hizo de ellos unos proscritos como pareció haberles sucedido a cada uno de los personajes de Carranza. Si en los óleos enfrentamos una épica de la decadencia histórica en estas acuarelas la decadencia es individual y así como la psicosis o la paranoia son explícitas en los grandes lienzos se haya soterrada en las miradas contenidas en las obras sobre papel. (“La maldición Naturalista” podía ser un título apropiado para esta serie en la que hallamos solamente una mujer que aparece con una navaja al lado de un varón anónimo ya listo para la mutilación).

La obra que puede servir como clave y “puente” entre ambos grupos es Giverny, donde un alarmado pintor bien pertrechado para trabajar “al aire libre” huye de un poblado en ruinas y voltea a mirar hacia atrás antes de internarse en un terreno colmado de maleza. ¿El artista como un expulsado o un autoexiliado de la sociedad y acogido por los bosques? El nombre de este cuadro alude a una locación crucial para la historia del Impresionismo, cuando el creciente frenesí de las ciudades hizo que los pintores acudieran al paisaje natural de sus extramuros –o sus jardines– inaugurando así una nueva manera de mirar y representar. (¿La intensidad de esa “mirada” requirió de la extirpación de párpados que todos parecen haber sufrido?).

Los personajes de ambos conjuntos evidencian en cada detalle que son el resultado de una educación formal, racionalista, citadina y burguesa, y sin embargo, el paisaje urbano del que se desprenden está prácticamente ausente. Si hay algún rezago arquitectónico visible este corresponde más bien a unas ruinas de evocación clásica, emblemas del colapso de una cultura material aparejada con una degeneración que parece haber alcanzado la naturaleza orgánica.

La pintura de nuestro artista podría interpretarse también como un alegato contra la cultura occidental y su decadencia actual aunque para “decirlo” se sirva de los recursos expresivos desarrollados por esa misma cultura un par de siglos atrás. Esta colisión ética podría explicar el desasosiego que es la nota constante en cada una de las escenas pintadas.

José Luis Carranza ejerce su oficio con el rigor de quien lo sabe clarividente. La suya es una pintura de programas iconográficos que como las revelaciones de los textos sagrados requieren de una lectura herética.

Manuel Munive Maco / Noviembre, 2011.

[1] RIVILLA BONET Y PUELLO, José de. Desvíos de la naturaleza o tratado del origen de los moustros [sic]. Lima, 1695.